Elogio de la Afirmación Por Miguel Grinberg
A cada día que pasa, se suman en los medios de comunicación social vaticinios apocalípticos de todo calibre y de surtido origen. Científicos, economistas, comentaristas, políticos y demás se esmeran en vaticinar que algunas o todas las facetas de la vida en nuestra planeta van rumbo a la catástrofe. No se trata apenas de eso. Decenas de miles de personas –en el mundo rico o pobre– están siendo despedidas sin cesar de sus empleos. Es el precio que deben pagar para contribuir a la supervivencia de las empresas para las cuales trabajaban
De modo nada velado, y cada vez con mayor asiduidad, las agencias de Naciones Unidas dedicadas a las finanzas y a la asistencia social, señalan que uno de los agravantes de la enorme crisis estructural que atraviesa nuestro mundo se debe al “aumento poblacional”. Remarcan que hay demasiada gente en el planeta y que obviamente eso implica más y más demanda de recursos (alimentos, ropa, espacio, aire, etc.) y menos posibilidad de apaciguar el hambre padecido por millones de seres humanos.
Nada dicen de las decenas de miles de hectáreas de suelos fértiles del mundo pobre que son utilizadas en todas partes para plantar granos destinados a convertirse en “biocombustibles”. Todo ello a la par del encarecimiento acelerado de los alimentos. De paso, comentan los expertos: “El precio mundial de los alimentos se decide en gran parte en el Mercado de Futuros de Chicago. Desde hace tiempo, el capital financiero ha entrado a especular con los alimentos. En estos años de crisis, las grandes empresas de alimentos incrementaron sus beneficios en un 45% de promedio. Mientras que millones de personas mueren de hambre anualmente, las multinacionales de la alimentación no paran de acumular beneficios.”
Asimismo, el espectacular aumento del precio de los alimentos que se produjeron en todo el mundo es lo que los especialistas asumieron como Crisis Alimentaria. El precio del trigo aumentó un 130% el último año, el del arroz se ha duplicado en 2 años y el maíz un 50%. Si bien la crisis viene afectando a todo el mundo, ha causado impacto especialmente sobre países pobres como Haití, Camerún o Filipinas, donde la gente ha salido a la calle protestando por el desmedido aumento de precios
La Agencia Catalana de Cooperación y Desarrollo ha manifestado que con la irrupción de los cultivos transgénicos, se ha consolidado un modelo mundial de producción de alimentos en el que unas pocas empresas venden las semillas, los fertilizantes y los pesticidas al productor; después le compran la producción y las mismas empresas la transportan a la otra punta del mundo hacia las grandes cadenas de distribución: los supermercados Carrefour o Wal-Mart, presentes en todo el mundo, que también monopolizan la distribución de alimentos y nos imponen qué comprar y cómo comprar. Todo el circuito está en manos privadas y los gobiernos han perdido prácticamente cualquier posibilidad de definir que alimentos tiene que producir un país.
Se podrían acumular muchas páginas informativas sobre esta calamidad, pero bastaría una caminata nocturna por las inmediaciones de los puentes de autopista en el barrio porteño de Constitución para constatar la presencia de enjambres de indigentes en una situación de abandono y miseria análoga a la que antaño era patrimonio de Calcuta (India) o de Haití. La vida cotidiana degradada se ha implantado en el paisaje capitalino sin que se adviertan signos de alarma en una clase política dedicada a los arreglos proselitistas de las elecciones venideras.
Ninguna de las calamidades presentes y futuras en nuestro país podrá encararse sin una movilización realizadora de la ciudadanía. Las marchas de protesta y los requerimientos de auxilio no representan una solución, sino el agravamiento de graves situaciones donde se incuban desastres sociales de primera magnitud. En cambio, las iniciativas de solidaridad de base podrían en primer término encarar el montaje de huertos comunitarios en cuanto terreno baldío haya en las inmediaciones, con apoyo del estudiantado secundario y de todo vecino dispuesto a apagar la TV y a hacer algo mejor con su tiempo.
Las Asambleas Barriales que entonaron el “que se vayan todos” del 2001 fueron desarticuladas por hábiles maniobras de punteros políticos al servicio de intereses parasitarios. Ahora, en este instante podría ser el punto de partida de una ola de Cabildos Urbanos (en escuelas, clubes, bibliotecas populares, etc.) donde gente concreta debata problemas reales y sume sus brazos y su imaginación para poder en marcha la energía de su propia autonomía social.
Hoy el pueblo sabe de qué se trata. Se trata de vivir y no de agonizar en cómodas cuotas.
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