La vida a contrapelo Por Marisa Torres
El mundo tal como hoy lo concebimos, es resultado de una hegemonía global en la cual el capital financiero regula prácticamente la vida de todos los habitantes del planeta, cuando digo de todos los habitantes, digo de todos los que en él habitan, no me refiero únicamente a la especie humana. A diferencia de esta concepción, el pensamiento ecológico no puede fragmentarse, el principio holístico, es clave para producir un cambio de conciencia, esta visión integradora permite asumirnos parte indisoluble del cosmos (habitamos el universo y éste nos habita) y a un nivel más profundo recuperar la dimensión de lo sagrado, puesto que una ecología sin espiritualidad no producirá un cambio radical, sino que se limitará a gestionar el ambiente como sucede hoy día.
En su libro “Patas Arriba”, Eduardo Galeano escribía bajo el título “Verde que te quiero verde”: “Según las proyecciones del Banco Mundial, las industrias ecologistas moverán fortunas mayores que la industria química, de aquí a poco, al filo del siglo, y ya están dando de ganar montañas de dinero. La salvación del medio ambiente está siendo el más brillante negocio de las mismas empresas que lo aniquilan”. Y es justamente en este mundo carente de espíritu, donde se cometen los peores atropellos, decía Leonardo Boff: “Los astronautas nos han acostumbrado a ver la Tierra como una nave espacial azul y blanca que flota en el espacio sideral, transportando el destino común de todos los seres. Sucede que en esa nave –Tierra un quinto de la población viaja en la parte reservada a los pasajeros. Ellos consumen el 80% de las reservas disponibles para el viaje. Los otros 4/5 viajan en el comportamiento de carga. Pasan frío, hambre y todo género de privaciones”.
¿Qué sucedería si las riquezas se distribuyeran de forma equitativa, si los recursos naturales fueran utilizados para satisfacer las necesidades reales de todos, y no la súper abundancia de algunos pocos en detrimento de millones? Falta amor, tanto amor dice en una canción el grupo Maná, y es cierto, hemos perdido la esencia misma de la vida, nos hemos desconectado y es esta fragmentación la que nos ha llevado a esta especie de callejón sin salida. El discurso dominante no deja escapatoria alguna, y todos de una u otra manera contribuimos para mantener este sistema opresor. Los medios de comunicación han sabido mantenernos entretenidos e hipnotizados produciendo una parálisis difícil de revertir, han sabido capturar nuestros sueños para manejarnos mejor, y nos hemos dejado engañar, tal vez porque nos ganó la indiferencia, hicimos oídos sordos a los gritos desesperados de los que nacieron perdiendo y con deudas que pagar (negocios sucios de un país quebrado), como si ya el ser pobre en esta sociedad no fuera motivo de discriminación, no solo el color de piel, sino la apariencia son sinónimos de delincuencia, es mentira que seamos todos iguales y que todos tengamos las mismas oportunidades, pero esto parece no interesarle a nadie. Mientras continuamos comiendo basura, sumergidos en la pavada, comprando ilusiones para perder el tiempo, la vida se nos esfuma.
Pueden llegar días propicios para reflexionar, para repensar nuestro destino común, pero indudablemente estamos tan desconectados de la vida que nos cuesta encontrar la verdad que se anida en nuestros corazones.
Si logramos descubrir la melodía del universo, sintonizar con ella, religar lo que alguna vez se rompió, habremos recuperado el mensaje fraternal de la creación y la vida entonces recobrará sentido. Todo lo que aquí habita es objeto de respeto y veneración.
Aprender a amar la vida es el remedio más eficaz para combatir tanta desigualdad, como decía Silvio Rodriguez: “El problema señor, sigue siendo sembrar amor...”
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