Entrevista: ATAHUALPA YUPANQUI La entrevista que nunca pude hacer Por Carlos Romano



Atahualpa Yupanqui nació en Pergamino, Provincia de Buenos Aires, el 31 de enero de 1908. Recibió el nombre de Héctor Roberto Chavero, pero adoptó el de Atahualpa Yupanqui, en memoria de los últimos gobernantes incaicos. Falleció en Nimes, Francia, el 23 de mayo de 1992.
Sus canciones revelan un enorme caudal poético, entre ellas, podemos citar: “Viene clareando”, “El arriero”, “Zamba del grillo”, “La añera”, “La pobrecita”, “Milonga del peón de campo”, “Camino del indio”, “Chacarera de las piedras”, “Recuerdos del Portezuelo”, “El alazán”, “Indiecito dormido”, “El aromo”, “Le tengo rabia al silencio”, “Piedra y camino”, “Luna tucumana”, “Los ejes de mi carreta”, “Tú que puedes vuélvete”, “Cachilo dormido”, “Vidala del silencio”, entre otras. Entre los libros aparecidos entre 1940 y 1992 se cuentan: “Piedra sola” (1940), “Aires indios” (1943), Cerro Bayo (1953), “Guitarra” (1960), “El canto del viento” (1965), “El payador perseguido” (1972) y “La Capataza” (1992). Hoy es recordado como el gran folklorista argentino, vale la pena también recordarlo como a uno de los brillantes pensadores del siglo XX.

Me hubiera gustado entrevistar al maestro, me hubiera gustado sentarme junto a él para escucharlo, hacerle saber lo mucho que admiro su trabajo. Pero, el destino no siempre nos cruza con lo que admiramos y respetamos. Y muchas veces los tiempos tampoco se acomodan a favor nuestro. Como no pude hacerlo, me he dedicado a leer varias entrevistas a Yupanqui, y quise rescatar una para compartir con ustedes, una entrevista que se asemeja a mi forma de pensar las entrevistas. Rescaté la del libro “Caras, Caritas y Caretas” de Rodolfo Braceli (Editorial Sudamericana), cuya primera edición apareció en Mayo de 1996.

ATAHUALPA YUPANQUI: “Cómo se apura la gente para no vivir”, así lleva por título esta nota. Rodolfo Braceli, mendocino, poeta, periodista, narrador, dramaturgo, ensayista, comienza diciendo: “Mayo de 1979. Tiempos en los que en la Argentina se decía que “el silencio es salud”. Tiempos en los que callarse la boca se había convertido en una costumbre nacional. Pero hay silencios y silencios. Con don Atahualpa íbamos a hablar del otro silencio, del esencial”.

La nota que leerán a continuación no tiene desperdicio, recomiendo conseguir este libro en donde aparece la misma y muchas otras a diferentes personajes de nuestro país, por una cuestión de espacio he rescatado lo que para mi gusto es imperdible. Que la disfruten.



-Para usted, ¿en qué consiste ser artista?

-En buscar denodadamente la luz. Todo artista a la vela le hace sombra con la mano. Para que no se apague. Ésa es la misión: ser artistas esenciales, no formales. Un artista no tiene necesidad de dejarse la melena sobre los hombros, ni de vestirse de raro. El artista tiene el pudor necesario que el misterio del arte da al que quiere un día manejarlo… Mientras tanto es manejado por el misterio del arte. Vea, es un buscador el artista. Hay menos buscadores de lo que parece.



-Los medios de comunicación, ¿realmente nos comunican?

-Esos medios a veces fagocitan, creyendo dar están quitando. Dan la forma, pero quitan la esencia. Hay muchas formas de sofisticación, de eso que llamamos “civilización”, que no hacen más que vendernos, todavía, espejitos y collares de vidrio… Con un hacha de piedra, que no es de piedra, nos están cortando el cordón umbilical que nos une con los misterios de la tierra en que nacimos.



-¿Y su niñez, don Atahualpa?

- Mi padre ferroviario, de los de antes, trabajaba en donde podía, donde lo mandaban, de relevante. Mi madre era mujer llena de dulzura, aunque de carácter… Nosotros éramos pobres, muy pobres, pero como se era pobre en aquella época en nuestra patria: pobres con libros, pobres con tres o cuatro caballos, con dos vacas lecheras para ordeñar. Éramos pobres pero no hemos vivido jamás en la miseria. En la miseria han vivido los abandonaos pero no los pobres con voluntad. Un pobre con voluntad siempre tenía una buena rastra, un par de espuelas, aunque sea de fierro. Pero ni los abandonados se morían de hambre en aquel tiempo, siempre había quien ofreciera un pedazo de asao, una voz que dijera “pase y coma nomás”, sin preguntar quién era, de dónde venía ni adónde iba. Estoy por decir: pobre eran los de antes.



- Yupanqui, cuando usted pronuncia “abandonaos” embronca la voz. En su código de vida, ¿eso es lo que más aborrece?

-No, no es eso. El defecto que más aborrezco no es nacional, es mundial, pero mucho más duele cuando lo veo aquí, cuando el tipo es de Tandil. Me duele por mi aire… Aborrezco, me parecen execrables los ventajeros. El ventajero es repudiable siempre. En el ventajero está agazapado el oportunista, el desleal, el acomodaticio, el barato, el mediocre, el envidioso, el que le tiene miedo a la vida. Al tenerle miedo a la vida tiene miedo a la luz, a la verdad, a lo limpio.



- ¿Para qué sirve la canción, la poesía? ¿Usted se siente poeta?

-Vamos por partes. No sé si una canción influye en el mundo, pero sí sé que comunica, abre las puertas. Lo importante no es andar abriendo puertas con ganzúas, sino usando una buena llave. Para mí una buena llave es la canción tradicional. En cuanto a yo poeta: no exageremos, yo alguna que otra vez le arrimo el bochín a la poesía. Pegar unos gritos en el cerro no significa estar haciendo el Sermón de la Montaña.



-¿Cuáles son las canciones que más lo expresan a usted?

-He compuesto unas mil quinientas. Tal vez treinta o cuarenta me representen cabalmente. Eso sucede con algunas milongas y en los solos de guitarra, como Vidala del silencio, por ejemplo. Ahí me siento cómodo, en todo lo que ande orillando el silencio del hombre… El silencio es un asunto, es un campo, un océano en el que me gustaría navegar. Es un mar bastante insondable, sólo por sus orillas puedo andar, porque no he alcanzado todavía la condición del intrépido nadador. Feliz será quien alcance esa condición. Sé de muy pocos que lo hayan logrado… me imagino que Herman Hesse, Roiman Rolland…



- Don Atahualpa, usted es una especie de domador del silencio. ¿Alguna vez hizo algo concreto para tomar al silencio por las astas?

- Sí que lo hice. Hace como treinta años, durante meses, durante años anduve preocupado, buscando en la guitarra, fijesé usted, en la guitarra, un sonido, un acorde, algo que pudiera traducir el silencio, ese silencio esencial. Mucho tiempo anduve puesto a esa tarea, a la que le dedicaba hasta dos horas diarias. Quería apresar musicalmente el silencio, decirlo. Quería desesperadamente encontrar la nota, de manera que cuando fuera tocada de inmediato se dijera: “Ese es, ahí está el silencio”. Ahí fue que desemboqué en Vidala del silencio. No me conformó, no alcancé a decir ni el uno por mil de mi preocupación por traducir el sonido del silencio. Esta locura mía de apresar el sonido del silencio creo que me nació cierta vez que estaba en La Rioja. Vi una nubecita de esas que se quedan quietas, como colgadas en la mitad del cerro, colgadas como algodoncitos. Pensé al verla: es una nube, una nubecita, claro, ¿pero será una canción del silencio que está esperando que uno se arrime a la montaña para aprenderla, para parar la oreja? Perdí mi tren que iba a Córdoba y me fui al cerro Velasco. Me fui a saber qué había adentro de la nubecita. No la encontré, pero tuve la impresión de que en ella había algo que traducía el silencio de la naturaleza. Después seguí con desesperación tratando de traducir el silencio a través de algo musical, recurrí a la vidala, porque la vidala es un eco que anda buscando su voz.



- Don Atahualpa, la ciudad no es buen lugar para perseguir el silencio esencial, ¿no?

- La ciudad no es un buen lugar para nada. En la ciudad no se puede escuchar uno de los ritmos, uno de los sonidos más hermosos que se puedan concebir: el sonido del galope de un caballo, del galope de un caballo que regresa con un hombre al rancho. La ciudad nos aleja del silencio esencial. Hasta nos aleja de la verdadera civilización. Pobre ciudad.



-Pero aquí estamos, don Atahualpa.

- Aquí estamos, en la pobre ciudad, viendo cómo se apura la gente para no vivir.

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