EL PODER DE LA GENTE COMUN Por Pipo Lernoud


Al verlos sentís que algo nuevo está pasando. Bromean, se ríen, corretean de un lado al otro con las manos llenas de zanahorias o manzanas. Alicia está desparramando una bolsa de papas por el patio. Nos mira con sus ojos soñadores y dice “Yo no sé por qué, pero ver esta cantidad de verduras y frutas te mueve algo adentro, produce alegría”. Más allá está Daniel un guitarrista barbudo que parece un duende, serruchando un enorme zapallo. “Al principio no entendía bien la cosa. Imaginate, yo soy “artista”, no me iba a ensuciar las manos… Mi cabeza estaba para los vuelos de la sensibilidad… pero después de unos días acepté que esto de reunirse con la gente del barrio para repartir la comida y compartir unos mates me conectaba con un pedazo de mi vida al que nunca le di bola. Ahora espero de cooperativa como quien espera una fiesta”.



¿De qué se trata? Se trata de tomar la vida en nuestras propias manos.



La mayor parte de lo que consumimos pasa por nosotros sin que nos cuestionemos de dónde viene, quien lo hace, por qué cuesta lo que cuesta. Mientras discutimos de política o de música, nos quejamos de lo podrida que está la cosa y elaboramos una solución, estamos consumiendo como autómatas. No importa que ideología tengas: consumís. Formás parte de un engranaje aceitado que está funcionando alrededor tuyo ahora mismo. El gigantesco engranaje del curro que se basa en tenernos a todos aislados en unidades familiares sin ningún control sobre los elementos concretos que componen nuestra vida: habitación, comida, ropa, etc. Cuanto más aislados estemos, más consumiremos. Y por supuesto, más cara nos saldrá la vida.



Un ejemplo elemental y cotidiano de este aislamiento: Cada familia debe poseer su propio martillo. No está bien visto que cada vez que precisemos un martillo se lo pidamos a Chacho, el vecino de enfrente. Porque hemos sido “bien educados”, estamos cuidadosamente entrenados para tenerle miedo a la gente. “Que los demás no se metan conmigo y yo no me meteré con ellos”.



Cuanto más subimos en la escala social, mayor es la paranoia institucionalizada, el temor al prójimo. Los de arriba deben consumir más que los de abajo, no pueden compartir, están presionados a demostrar su poder económico. En la provincia la gente no tiene tantos problemas para encarar trabajos juntos, prestarse las herramientas, hacer las compras al mayorista entre varios. El señorito de la Capital ya ha sido completamente programado en la desconfianza y el individualismo.



La solución es oficializar el intercambio. Juntarnos con los amigos y los vecinos para hacer cosas prácticas dejando claras desde el principio las leyes de juego. Que cada uno sepa qué es lo que puede dar y qué es lo que puede recibir. De allí para adelante, podemos inventar juntos el tipo de organización que se nos dé la gana.



A los argentinos nos manejaron siempre “desde arriba”. Dictaduras militares, políticos digitados, burocracia estatal, municipal y policial, propaganda de las grandes empresas que manejan el consumo. Siempre el poder central, siempre el Hermano Mayor diciendo qué es lo que tenemos que comprar y de qué manera nos tenemos que comportar.



En un país como el nuestro, los ciudadanos no están acostumbrados a tener el poder en sus manos. Por eso un pequeño grupo barrial que funcione a partir de acuerdos sencillos es un núcleo de alegría y aprendizaje continuos. No tiene que rendirle cuentas a nadie. Es un territorio libre en el que aprendemos a trabajar juntos a partir de nosotros mismos, sin papás ni mamás que nos guíen, sin necesidad de teorías complicadas, sin patrones ni empleados. Donde no hay uno que manda y otro que obedece, las diferencias entre las personas dejan de ser un escollo y se convierten en un enriquecimiento.



(…) Hay infinitas posibilidades de combinación para desarrollar el poder de la gente común. Se pueden citar algunos ejemplos que ya existen y otros que están en formación, pero sirven para dar una idea, plantar un germen.



Grupos de compra de alimentos y productos de almacén. Grupos de estudiantes o matrimonios jóvenes que alquilan viejas casonas en conjunto. Asociaciones de vecinos para hacer huertas o parques de juego en terrenos baldíos. Cooperativas de servicio: pintura, plomería, gas, electrónica, etc. Fundación de guarderías, jardines de infantes o escuelas a partir del compromiso de una cantidad de padres. Salón de fiestas o reuniones alquilados entre muchos. Intercambio de servicios: abogado por plomero, costurera por médico, lavandera por gasista.



Pero cuidado… lo fundamental, sea lo que sea que hagamos a partir de nuestras necesidades, es no dejarnos manejar por nadie, no importan las ofertas brillantes que nos hagan o la maravillosa doctrina que nos quieran vender.



Se trata de personas libres que toman responsabilidad por sus vidas. No hay nadie en el mundo que pueda vivir nuestras vidas por nosotros. Y podemos vivirlas juntos.



Artículo de Pipo Lernoud publicado en la revista porteña «Cerdos y Peces» n°1, año 1981. Leído en el primer ‘Plenario de talleres populares de ciclomecánica’ en el marco del ‘encuentro CONTRAPEDAL’ realizado en el Taller Suipacha.

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