Editorial octubre 2023




Viene a mi memoria, aquel 1˚ Encuentro de Memoriosos, realizado por nuestra revista en julio de 2001, en donde Leonardo Marano aseguraba que Celina se llama así por Doña Celina Teodora Rojas de Maglione, esposa de Maglione (era el que vendía estas tierras), el padre de Marano compró el terreno en el año 1931, y existe documentación de este hecho, y como la historia se comprueba con documentación, es creíble.

A partir de esta afirmación traté de localizar a un nieto de Celina Teodora Rojas de Maglione, la idea era entrevistarlo, juntar más información. Después de varios llamados me comuniqué con este señor. Vive en zona norte del Gran Buenos Aires, es un hombre dedicado a la venta de jóvenes jugadores de fútbol al exterior, y en verdad, después de hablar con él, quedé desilusionado, a este señor poco le importa de su abuela y mucho menos de Villa Celina.

En verdad, algunos se sienten verdaderos Celinenses, aquí crecieron sus abuelos y padres, aquí vieron crecer a sus hijos y hoy ven crecer a sus nietos, no es poca cosa, pasar toda una vida en un mismo sitio. La diferencia con otros está en ser y sentirse parte del lugar.

El hecho de estar en este suelo desde sus comienzos, desde las calles de tierra, el agua de pozo, los terrenos baldíos (pequeñas canchitas de fútbol, en su momento), desde la leche recién ordeñada en la vereda, desde las garrafas que duraban poco, y el hielo que en días de calor nunca alcanzaba. Época en la que Celina era un pueblito de pocas casas y los vecinos se conocían muy bien entre ellos, en donde la yerba y el azúcar era comprada en gramos, y por supuesto que valían mucho más que el oro. El amor por el barrio que siente ese vecino que creció en esta parte del planeta, pocos lo sienten, y a ese vecino poco le importó el sacrificio de antaño, lo hacía con gusto, sabiendo que todo era en beneficio de los suyos, de esa gran familia que en su momento fue este vecindario. Y a ese vecino le duele ver algunos cambios que ocasionan ciertos problemas en la actualidad. Porque están los que luchan para que los cambios sucedan, y están los que permiten que los cambios se vayan dando, no importa si son para bien, pero que otros los provoquen. Éstos, para mi gusto, no tienen derecho ni al reclamo ni a la queja, porque el desinterés los invadió hace rato y están muy cómodos en esa postura. Solo el que ama tiene derecho al amor, y el amor es el trabajo de todos los días y en el día a día no queda otra que jugársela. No se puede seguir estando en el medio de todos los partidos sin jugar, y mucho menos seguir siendo espectador de sueños ajenos.



Carlos Romano

Director

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Entrevista: Milo Lockett “El arte es un derecho que tenemos todos”

Editorial noviembre 2024