Cultivos Magnos (18) Por Miguel Grinberg



215. Vivo en la Capital Federal de la Argentina, que figura entre las diez metrópolis más importantes de la Tierra. Ello presupondría una amplia gama de privilegios, comparando con otras grandes ciudades del mundo “desarrollado” (con todo tipo de oropeles difundidos por la publicidad) o del mundo “en vías de desarrollo” (con gran variedad de lacras como la inanición, el hacinamiento y la ausencia de futuro.



216. Mi Capital es también denominada “Ciudad Autónoma de Buenos Aires” (CABA) y disfruta de un privilegio que pocas ciudades poseen (como Washington-Distrito de Columbia, o la Ciudad del Vaticano): edificios suntuosos, muchos hoteles de cinco estrellas y una urbanización espectacular. Pero además, doble Gobierno (uno municipal y otro nacional) y doble Policía (una metropolitana y otra federal). Y por consiguiente, dos Parlamentos (uno porteño y otro argentino), dos Fueros judiciales, dos Ministerios de acción o desarrollo social, dos servicios de Salud Pública, y demás burocracias por partida duplicada. Sin pasar por alto una doble Carga Impositiva.



217. ¿Vivimos entonces en el mejor de los mundos? De ninguna manera. ¿Esto significa que estamos en el peor de los mundos? Tampoco. Se trata de una realidad cotidiana mixta, un cóctel de paraíso e infierno en cómodas cuotas y fórmulas a la medida de todas las vocaciones. Todo depende del lugar donde uno se encuentre y del papel que protagonice en la lucha diaria por el pan nuestro (que jornada tras jornada se encarece notoriamente).



218. A juzgar por los titulares de los dos principales diarios de la CABA y los mayores canales de noticias televisadas la Argentina impresiona como un Titanic naufragando en el más adverso de los océanos. No hay suceso dramático, por más (o menos) siniestro que luzca, que no merezca grandes destaques de primera plana y de exposición en horarios centrales. Según tales “medios de comunicación” reinan las crisis financieras, los casos de corrupción, los accidentes de aviación, las guerras regionales, las mafias narcóticas, la trata, los crímenes pasionales, los menores abusados y los asaltos sanguinarios. Realidades, por supuesto, que no son patrimonio exclusivo de esta comarca sudamericana, sino que se producen similarmente en el Primer Mundo, en el Segundo, en el Tercero, en el Cuarto… aunque confinados en la llamada “prensa amarilla”.



219. Según la Wikipedia de Internet, la prensa amarillista es aquel tipo de difusión sensacionalista que incluye titulares de tipografía catastrófica y gran cantidad de fotos con descripción detallada referida a crímenes, accidentes, adulterios y enredos políticos. En el caso de la gráfica o en la TV, se caracteriza por utilizar colores extremadamente saturados, en particular el rojo y difundir su data de modo desorganizado.



220. Añade que el término surgió durante una "batalla periodística" entre el diario New York World de Joseph Pulitzer, y el New York Journal de William Randolph Hearst, de 1895 a 1898, y se refiere específicamente a tal época. Ambos periódicos fueron acusados, por otras publicaciones más serias, de magnificar cierta clase de noticias para aumentar las ventas y de pagar a los implicados para conseguir notas exclusivas. El periódico New York Press acuñó el término "periodismo amarillo", a principios de 1897, para describir el trabajo tanto de Pulitzer, como de Hearst. El diario no teorizó sobre el término pero en 1898 elaboró el artículo We called them Yellow because they are yellow. (El título es un juego de palabras en inglés: Yellow significa tanto amarillo como cruel y cobarde.)



221. En nuestra Capital, el “amarillismo” se ha distinguido en diversas épocas como recurso político sectorial para crear descontento y angustia en grandes sectores de la población, a fin de socavar el ánimo general y, con suma insistencia, para preparar el terreno colectivo en vísperas de golpes de estado antidemocráticos. Tanto por parte de las Fuerzas Armadas como de grupos financieros ligados ideológicamente al Corporativismo global. Por dicha razón, se lo ha definido como “destituyente”. Lo hemos visto en inequívoca acción tanto en el despuntar de los ciclos dictatoriales castrenses, como en tiempos “democráticos” como el 2001, cuando el derrumbe del presidente Fernando de la Rúa indujo una situación de conspiraciones “palaciegas” donde durante diez días hubo cinco “primeros mandatarios” en la Casa Rosada.



222. Al caer De la Rúa, y estando acéfala la vicepresidencia nacional, asumió durante tres días el Poder Ejecutivo el senador misionero Ramón Puerta, situado en el primer lugar de la línea de sucesión: convocó a una Asamblea Legislativa para elegir al sucesor. Un acuerdo legislativo mayoritario apoyado por un grupo de gobernadores, entronizó a Adolfo Rodríguez Saá, que declaró el no pago de la Deuda Externa y dilató la convocatoria a elecciones nacionales, lo cual socavó el apoyo logrado y desde San Luis renunció por televisión.



223. Ante la reiterada acefalía institucional, le tocó el turno entonces de modo fugaz al diputado Eduardo Caamaño, presidente de la Cámara respectiva, quien llegó a nombrar un Gabinete y pasó la noche de Año Nuevo en la Casa de Gobierno mientras la Asamblea Legislativa definía el nombramiento de Eduardo Duhalde como presidente de la República. Todo ello sucedió entre el 21 de diciembre de 2001 y el 1º de enero de 2002. Se ha sostenido que los traspasos del mando fueron realizados de acuerdo a la Constitución Nacional y con los Poderes Legislativo y Judicial en perfecto orden. En cuanto al desastre económico-social inherente, sus huellas siguen socavando el inconsciente colectivo.



224. No cabe duda de que nos hallamos ante un desafío histórico, donde la clase política –oficialista y opositora- tiene con el país un deber prioritario: salir del tironeo sectorial y contribuir a que las “fuerzas vivas” de la República pongan sobre el tapete sus mejores recursos.

Mientras, el “amarillismo” sigue percutiendo el parche apocalíptico ante la descomposición irreversible de los privilegios oportunistas de la “patria financiera”.

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